lunes, 11 de julio de 2011

Entrevista a Juan Pablo Rebella director de 25 watts y Wisky

BREVE HISTORIA DE 25 WATTS dirigida por Pablo Stoll y J. Pablo Rebella


En 1995, Pablo (Stoll) y yo (Juan P. Rebella) éramos dos tipos bastante aburridos de nosotros mismos, sin demasiada idea de qué queríamos hacer de nuestras vidas y con bastante sentido del humor. Teníamos 19 años, nos pasábamos muchas horas por semana viendo cine y televisión y cursábamos _ medio que por inercia _ Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica del Uruguay. Ambos habíamos llegado a hasta ahí unos pocos años antes porque se suponía que era el único lugar de Montevideo donde se podía aprender un poco de cosas relativas al cine, la televisión y esas cosas y  porque la situación económica de nuestras familias nos lo permitía.

Nos hicimos muy amigos al poco tiempo de conocernos y enseguida descubrimos que teníamos muchas cosas en común: los dos éramos hijos únicos, habíamos vivido toda la vida en Pocitos a pocas cuadras de distancia (sin conocernos) metidos en nuestros apartamentos, habíamos sido niños de esos que pasan mucho tiempo jugando y dibujando solos y nos gustaba el mismo tipo de música, de cine y de programas de televisión (muy influenciados por lo norteamericano). 

A ninguno de los dos nos interesaba mucho lo académico de la carrera y nos interesaba mucho la parte de hacer videos, fotonovelas, cuentos... ficción en general.  Pablo era desde muchos años antes un cinéfilo empedernido y yo, desde que conocí este grupo de amigos en la Universidad me había fanatizado bastante con el asunto. Íbamos mucho a la cinemateca y sacábamos muchas películas del Video Imagen Club. Y de lo que más nos gustaba hacer era pasarnos hablando de esas películas de forma para nada académica y fantaseando con algún hacer videos y cosas que representaran lo que nos gustaba ver.  Así fue como empezamos a hacer cosas juntos en facultad (videos, guioncitos), con un grupo de amigos, especialmente con uno llamado Arauco Hernández. 

En ese momento el cine latinoamericano, para nosotros era algo que nos enojaba bastante por lo previsible, panfletario y pretencioso. El cine uruguayo estaba aún más lejos de existir que ahora y no nos interesaba para más nada que para hacer chistes. Lo que nos interesaba era básicamente el cine independiente estadounidense, las películas de Tarantino y el cine independiente europeo menos intelectualizado. Y la televisión. Nos fanatizaban los video clips, las series humorísticas y de dibujos animados y ese tipo de cosas. La televisión por cable acababa de llegar a Montevideo.  

En ese contexto, un  sábado de noche, fuimos con Pablo y Arauco a ver una película argentina llamada “Labios de Churrasco” de un tal Raúl Perrone con muy pocas expectativas por ser argentina el país de procedencia. A medida que la película avanzaba, y que algunos espectadores se iban levantando, recuerdo que  nuestras risotadas empezaron a ser las que más se escuchaban en el cine. No entendíamos bien porqué, pero esa película nos estaba encantando. O por lo menos había algo en ella que nos fascinaba. Estaba hecha en video, era en blanco y negro, casi todos los actores parecían no profesionales y por eso tenían mucha credibilidad y sobre todo, no tenía ni “mensaje” ni una trama definida, era una sumatoria de escenas en las que “no pasaba nada” pero todas tenían algo interesante. Lo mismo que sucedía en algunas de las películas que más nos gustaban. Y además el humor tenía algo absurdo y costumbrista al mismo tiempo que nos atraía mucho. 

Al salir del cine los tres nos pasamos horas discutiendo y hablando de la película y una idea estaba de fondo: hacer una película que esté buena no parecía tan difícil. Me acuerdo de sentir lo mismo que por determinado tipo de Rock: cualquiera puede tocarlo sin saber demasiado de música y sin demasiada tecnología, lo bueno pasa por otro lado.  Y cualquiera que se lo proponga lo puede hacer.

A los tres o cuatro meses, una noche, Pablo me llamó por teléfono y me dijo que tenía el punto de partida para ponerse a escribir escenas para un corto o algo: nosotros tres (Pablo, Arauco y yo) un sábado de tarde aburridos, en el living de la casa de mis padres mirando TV cable robada, tomando cerveza y hablando boludeces. Básicamente algo muy representativo de lo que hacíamos siempre. La estructura era que  las escenas estaban separadas por cartones negros con el nombre de una canción diferente de los “Stooges” (banda de rock americana de fines de los 60) y al final del corto los tres se ponían a escuchar el cassette donde estaban las canciones. Los nombres de los personajes estaban cambiados: El Leche, el Javi y el Seba.  Básicamente una película sobre lo que hacíamos siempre. Nuestro aburrimiento era tan patético que tenía algo muy divertido. A mi la idea me encantó y en seguida se me ocurrieron cosas y cambios que daban lugar a las  eternas peleas entre los dos. Inmediatamente le dijimos a Arauco y nos pusimos a tirar ideas  entre los tres y a escribir diálogos inconexos. 

La idea era terminar el guión y en verano pedir una cámara VHS de la Universidad y actuar nosotros mismos en nuestras casas y editarlo todo en blanco y negro. Y si bien no sabíamos demasiado sobre cómo filmar (de lenguaje ni de técnica) no nos importaba, cámara fija y plano general era todo lo que precisábamos. Así eran muchas de nuestras películas favoritas. Se iba a llamar “Stooges” y nos parecía lo máximo.  A las dos semanas teníamos decenas de escenas que hablaban de nosotros mismos haciendo lo de siempre pero mirado con sentido del humor. Algo que a nosotros (y no sabíamos si a alguien más) nos parecía gracioso e interesante de ver. Había personajes inspirados en conocidos y la trama mínima que tenía que ver con el momento que estábamos pasando: Pablo enojado con una ex novia que lo había dejado y  yo entre el patético sueño de ser rockero y la mala suerte con las chicas. 

Cada escena tenía algo en particular, porque funcionaba como sketch o por el recurso formal en que se contaba.  El guión definitivo de “Stooges” (que Pablo se encargo de pasar a máquina, a falta de computadora) y que nunca llegamos a filmar, era una cosa rarísima por la temática y la extraña mezcla de humor, apatía, romanticismo y melancolía, pero nos gustaba muchísimo, más allá de las miles de peleas a muertes que tuvimos en el medio. Muy pocas de esas escenas terminaron formando parte del guión con que se rodó “25 Watts” pero obviamente ahí nació todo.  Después se sumó Fernando Epstein, montajista, motor y cable a tierra que se convirtió en productor ejecutivo. Nos presentamos a todos los concursos y fondos que pudimos y ganamos  uno (el Fondo Capital) dotado con 15 mil dólares. Muy poco para hacer una película pero muchísimo  para no intentarlo. Llamamos a nuestros amigos: (Bárbara Álvarez, para la fotografía, Gonzalo Delgado para la dirección de arte, entre muchos más) no iban a cobrar pero íbamos a hacer una película. Hoy un tiempito después ya hicimos dos. Toda esta gente, su cariño y su confianza fue la diferencia entre el guión abandonado en el cajón y la película en los cines, por ende son también, autores de nuestras películas.


J.P Rebella


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