En 1995, Pablo
(Stoll) y yo (Juan P. Rebella) éramos dos tipos bastante aburridos de nosotros mismos,
sin demasiada idea de qué queríamos hacer de nuestras vidas y con bastante
sentido del humor. Teníamos 19 años, nos pasábamos muchas horas por semana viendo
cine y televisión y cursábamos _ medio que por inercia _ Ciencias de la
Comunicación en la Universidad Católica del Uruguay. Ambos habíamos llegado a
hasta ahí unos pocos años antes porque se suponía que era el único lugar de
Montevideo donde se podía aprender un poco de cosas relativas al cine, la
televisión y esas cosas y porque la
situación económica de nuestras familias nos lo permitía.
Nos hicimos
muy amigos al poco tiempo de conocernos y enseguida descubrimos que teníamos
muchas cosas en común: los dos éramos hijos únicos, habíamos vivido toda la
vida en Pocitos a pocas cuadras de distancia (sin conocernos) metidos en
nuestros apartamentos, habíamos sido niños de esos que pasan mucho tiempo
jugando y dibujando solos y nos gustaba el mismo tipo de música, de cine y de
programas de televisión (muy influenciados por lo norteamericano).
A ninguno de
los dos nos interesaba mucho lo académico de la carrera y nos interesaba mucho la
parte de hacer videos, fotonovelas, cuentos... ficción en general. Pablo era desde muchos años antes un cinéfilo
empedernido y yo, desde que conocí este grupo de amigos en la Universidad me
había fanatizado bastante con el asunto. Íbamos mucho a la cinemateca y sacábamos
muchas películas del Video Imagen Club. Y de lo que más nos gustaba hacer era pasarnos
hablando de esas películas de forma para nada académica y fantaseando con algún
hacer videos y cosas que representaran lo que nos gustaba ver. Así fue como empezamos a hacer cosas juntos en
facultad (videos, guioncitos), con un grupo de amigos, especialmente con uno
llamado Arauco Hernández.
En ese momento
el cine latinoamericano, para nosotros era algo que nos enojaba bastante por lo
previsible, panfletario y pretencioso. El cine uruguayo estaba aún más lejos de
existir que ahora y no nos interesaba para más nada que para hacer chistes. Lo
que nos interesaba era básicamente el cine independiente estadounidense, las
películas de Tarantino y el cine independiente europeo menos intelectualizado.
Y la televisión. Nos fanatizaban los video clips, las series humorísticas y de
dibujos animados y ese tipo de cosas. La televisión por cable acababa de llegar
a Montevideo.
En ese
contexto, un sábado de noche, fuimos con
Pablo y Arauco a ver una película argentina llamada “Labios de Churrasco” de un
tal Raúl Perrone con muy pocas expectativas por ser argentina el país de
procedencia. A medida que la película avanzaba, y que algunos espectadores se
iban levantando, recuerdo que nuestras
risotadas empezaron a ser las que más se escuchaban en el cine. No entendíamos
bien porqué, pero esa película nos estaba encantando. O por lo menos había algo
en ella que nos fascinaba. Estaba hecha en video, era en blanco y negro, casi
todos los actores parecían no profesionales y por eso tenían mucha credibilidad
y sobre todo, no tenía ni “mensaje” ni una trama definida, era una sumatoria de
escenas en las que “no pasaba nada” pero todas tenían algo interesante. Lo
mismo que sucedía en algunas de las películas que más nos gustaban. Y además el
humor tenía algo absurdo y costumbrista al mismo tiempo que nos atraía
mucho.
Al salir del
cine los tres nos pasamos horas discutiendo y hablando de la película y una
idea estaba de fondo: hacer una película que esté buena no parecía tan difícil.
Me acuerdo de sentir lo mismo que por determinado tipo de Rock: cualquiera
puede tocarlo sin saber demasiado de música y sin demasiada tecnología, lo
bueno pasa por otro lado. Y cualquiera
que se lo proponga lo puede hacer.
A los tres o
cuatro meses, una noche, Pablo me llamó por teléfono y me dijo que tenía el
punto de partida para ponerse a escribir escenas para un corto o algo: nosotros
tres (Pablo, Arauco y yo) un sábado de tarde aburridos, en el living de la casa
de mis padres mirando TV cable robada, tomando cerveza y hablando boludeces.
Básicamente algo muy representativo de lo que hacíamos siempre. La estructura
era que las escenas estaban separadas por
cartones negros con el nombre de una canción diferente de los “Stooges” (banda
de rock americana de fines de los 60) y al final del corto los tres se ponían a
escuchar el cassette donde estaban las canciones. Los nombres de los personajes
estaban cambiados: El Leche, el Javi y el Seba.
Básicamente una película sobre lo que hacíamos siempre. Nuestro
aburrimiento era tan patético que tenía algo muy divertido. A mi la idea me
encantó y en seguida se me ocurrieron cosas y cambios que daban lugar a
las eternas peleas entre los dos.
Inmediatamente le dijimos a Arauco y nos pusimos a tirar ideas entre los tres y a escribir diálogos
inconexos.
La idea era
terminar el guión y en verano pedir una cámara VHS de la Universidad y actuar nosotros
mismos en nuestras casas y editarlo todo en blanco y negro. Y si bien no
sabíamos demasiado sobre cómo filmar (de lenguaje ni de técnica) no nos
importaba, cámara fija y plano general era todo lo que precisábamos. Así eran
muchas de nuestras películas favoritas. Se iba a llamar “Stooges” y nos parecía
lo máximo. A las dos semanas teníamos
decenas de escenas que hablaban de nosotros mismos haciendo lo de siempre pero
mirado con sentido del humor. Algo que a nosotros (y no sabíamos si a alguien
más) nos parecía gracioso e interesante de ver. Había personajes inspirados en conocidos
y la trama mínima que tenía que ver con el momento que estábamos pasando: Pablo
enojado con una ex novia que lo había dejado y
yo entre el patético sueño de ser rockero y la mala suerte con las
chicas.
Cada escena
tenía algo en particular, porque funcionaba como sketch o por el recurso formal
en que se contaba. El guión definitivo
de “Stooges” (que Pablo se encargo de pasar a máquina, a falta de computadora)
y que nunca llegamos a filmar, era una cosa rarísima por la temática y la
extraña mezcla de humor, apatía, romanticismo y melancolía, pero nos gustaba
muchísimo, más allá de las miles de peleas a muertes que tuvimos en el medio.
Muy pocas de esas escenas terminaron formando parte del guión con que se rodó
“25 Watts” pero obviamente ahí nació todo.
Después se sumó Fernando Epstein, montajista, motor y cable a tierra que
se convirtió en productor ejecutivo. Nos presentamos a todos los concursos y
fondos que pudimos y ganamos uno (el
Fondo Capital) dotado con 15 mil dólares. Muy poco para hacer una película pero
muchísimo para no intentarlo. Llamamos a
nuestros amigos: (Bárbara Álvarez, para la fotografía, Gonzalo Delgado para la
dirección de arte, entre muchos más) no iban a cobrar pero íbamos a hacer una
película. Hoy un tiempito después ya hicimos dos. Toda esta gente, su cariño y su confianza fue la diferencia entre el guión abandonado en el cajón y la película en los cines, por ende son también, autores de nuestras películas.
J.P Rebella
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